martes, 3 de enero de 2012

Lodo

Autor: Guillermo Fadanelli
Año: 2008

Veinte años de frustraciones lo vuelven a uno en un viejo prematuro.

Es falso que uno se pudra lentamente, lo haces de cuatro o cinco golpes que además siempre te sorprenden.

En lo que a mí concierne no tengo inconveniente en dejar esta vida, siempre que sea sin molestar a los vecinos.

El conquistador destruye en segundos lo que un hombre sin gracia construye en años.

Cuántas vidas se salvarían si aceptáramos como un destino la infidelidad. Si en el momento de relacionarte con cualquier mujer aceptaras también a sus posibles amantes – es decir: ¡al resto de la humanidad!-, te harías inmune al desengaño.

Siempre he sido un hombre de mediana inteligencia, incapaz de llevar ningún vicio al extremo: soy en general un hombre mediocre y no me da pena confesarlo. No soy inteligente ni vicioso. Lo sé porque puedo compararme con otros hombres.

Cada vez que compramos un chicle desencadenamos un kilómetro de sumas y restas que a su vez desemboca sin remedio en un cero dramático, en números rojos o en la necesidad de pedir prestado e incluso robar. ¿Para qué tanto sumar si estamos jodidos?

¿Cómo iba a incomodarme su rechazo si a mi edad uno ya no se preocupa por serle agradable a la gente?

El simpático hace conquistas que el racional no logra.

Si todas las jóvenes supieran que hay por el mundo un ejército de cuarentones deseosos de cumplir sus deseos, cambiarían sus planes, dejarían de estudiar, abandonarían a sus novios aún en pañales y vendrían corriendo en nuestra búsqueda.

Tenía una mujer y por primera vez me daba cuenta de que ninguna idea por muy brillante o profunda que fuera podría darme la felicidad que me ofrecía un cuerpo de menos de cincuenta y cinco kilos de peso.

Mi punto de partida consistió en un argumento vulgar: el hombre inteligente sabe bien que en las condiciones en las que se encuentra el planeta no conviene a nadie el aumento de la población humana.

Basta que la asesina tenga un cuerpo magnífico para que todos, sin excepción, la perdonemos.

¿Sabes cuál es el problema con los hijos? Cuando te das cuenta de lo majaderos que pueden llegar a ser, ya no tienes fuerzas para echarlos a la calle y comenzar de nuevo. Ellos son los verdaderos culpables de que te vuelvas un conformista.

Nadie va a negar que dos mujeres pueden tardar algunos segundos en fincar una relación perdurable. Los hombres somos más complicados, necesitamos pactos de sangre, lágrimas, alguna mujer de por medio, en fin.

He aprendido que los planes deben , a toda costa, ser idiotas para ser  realizables.

Si invito a una mujer a cenar en más de dos ocasiones poniendo en peligro mi economía es justo que ella me corresponda ofreciéndome su cuerpo. Si no va a hacerlo entonces sería conveniente que me previniera para ahorrarme dinero o frustraciones innecesarias. ¿Estamos o no entre gente civilizada?

El valor que le otorgas al dinero te pone al descubierto.

La falta de respeto hacia los mayores comienza cuando sus propiedades o su dinero no son proporcionales a sus años vividos.

Los hijos de los pozoleros ayudan a hacer pozole a sus padres, producen desde chicos, meten las manos dentro de una cubeta de agua sucia y contribuyen al progreso del negocio familiar. Los hijos de los universitarios, en cambio, cursan maestrías y doctorados hasta los cincuenta años. Cuando finalmente están listos para legarnos su saber o producir bienes, les da un infarto y a todo se lo lleva el carajo.

Los viejos sólo necesitan una buena cobija y algunas drogas para soportar los achaques de la senilidad. El Estado proporciona albergues para pasar la noche y platos de sopa hinchados de vitaminas. ¿Qué más puede uno pedir si ya está de salida?

Entre mayor es la maleta de una persona, mayor es su grado de inbecilidad.

Sólo el débil tiene derecho, desde mi punto de vista, a imponer su autoridad a golpes.

Casi cualquier hombre desea que su mujer nazca cuando él pone sus ojos en ella.

Reto a cualquiera a mantenerse impasible mientras enumera las puterías de la mujer que desea.

Si la mayoría de los hombres visitaran el infierno desde los treinta y cinco años, sólo habría en el mundo mujeres felices.

Quien hace de toda comida un banquete es hedonista, quien ayuna o desprecia el alimento es un santo. Sólo los mediocres comemos dos o tres veces al día para medio satisfacernos.

Sólo los celos pueden ufanarse de poseer una memoria perfecta, aunque dolorosa.

Hay que leer menos y vivir un poco más.

Que un extraño pueda hacerse indispensable en tan sólo unos minutos hace más evidente la soledad en la que vivimos.

Pero de los recuerdos no debe uno fiarse ya que nuestro cerebro es especialista en fabricar postales que se llevan al traste la realidad.

Las cosas buenas vienen siempre que te expulsan de algún lado.

Cuando eres jóvenes buscas a toda costa el respeto de tus mayores, pero tan pronto pasas la media centena deseas, te mueres por un poco de malos tratos.

La justicia es como una anciana medio ciega. Si la pones frente a un plato de sopa, comenzará a dar cucharadas con desesperación regando la mayor parte del contenido.

Quienes llevamos una vida aburrida podemos siempre regresar a ella.

Uno quiere contar acerca de sus propios amores, no escuchar la epopeya de una pasión sólo importante para quien la vive.

He allí la contundente paradoja: a un niño jamás se le ocurriría colocar una esfera encima de la punta de un cono, pero en cuanto cursa una carrera universitaria comienza a ocurrírsele esas barbaridades.

Un hombre sin una sola mancha en la ropa esconde más de un crimen en su pasado.

Cuánta pena me dan las jóvnes de cuerpos hermosos empecinadas en llevar a toda costa una vida honrada. Las cuarentonas odiarán en nueve de cada diez casos las decisiones que tomaron cuando tenían veintitantos. Si por casualidad alguna mujer joven siguiera mis palabras le ruego abandone sus estudios y corra a ofrecer su cuerpo al mejor postor. Cuando cumplan cuarenta y sean dueñas de un sólido patromonio me lo agradecerán. Entonces podrán pensar en frivolidades como el conocimiento, la honradez, la felicidad o los hijos.

Estar en la carcel es cómodo hasta cierto punto. Cómodo si careces de proyectos o de familia, si no crees estar desperdiciando tu vida. La carcel es ideal para los pesimistas: trabajas, comes, duermes sin desplazarte grandes distancias. Todo está resuelto siempre y cuando no poseas una idea corriente de la libertad, ideas acerca de pájaros que despliegan sus alas, por ejemplo.

Los narcotraficantes podrán modernizarse e incluso cotizar en la bolsa de valores, pero jamás aparenderan a ser elegantes: ese es el sello de la casa.

Uno no se conoce hasta observar el comportamiento que los otros tienen con respecto a uno.

2 comentarios:

Se solicitan recomendaciones tanto de textos a leer como de citas de la obra en cuestión que el dueño de este lugar haya omitido además de textos que enriquezcan más este altar de la sabiduría bibliográfica.